Era una mañana de principios de primavera, la pálida luz del sol se filtraba a través de la niebla matutina que flotaba entre los árboles mientras Templer y Stryngpool se abrían camino hasta el claro. Ninguno de los dos había vuelto a Roca Alta, y menos aún a sus bosques favoritos, en cuatro años. Los árboles
habían cambiado muy poco, si es que lo habían hecho. Stryngpool tenía ahora un bonito bigote rubio, estirado y dado forma con cera, y Templer parecía ser una criatura totalmente distinta al joven que buscaba aventuras en la antigua arboleda. Era mucho más callado, como si además de las del exterior, también tuviera cicatrices internas.
Cada uno llevaba un arco y un carcaj con sumo cuidado mientras caminaban entre los conjuntos de enredaderas y ramas.
“Esta es la senda que llevaba a tu casa, ¿no, amigo?”, preguntó Stryngpool.
Templer echó un vistazo a la maleza y asintió antes de continuar. “Ya decía yo”, dijo Stryngpool riéndose. “Lo recuerdo porque solías recorrer este camino cada vez que te sangraba la nariz. Sé que no te sentirás ofendido si te digo que es increíble que hayas acabado siendo soldado”. “¿Cómo está tu familia?”, preguntó Templer.
“Igual. Puede que un poco más presuntuosa, si es que eso es posible. Obviamente querían que volviera de la academia, pero esto no es para mí. Al menos no hasta que reciba mi herencia. ¿Has visto que tengo una cinta dorada al mérito en tiro con arco?” “¿Cómo no iba a verla?”, dijo Templer.
“Oh, sí, casi se me olvida que mi familia la puso en el gran salón, muy ostentosamente. Supongo que se ve a través de la ventana. Es estúpido, pero espero que los campesinos se hayan quedado impresionados”.
Se abrió un claro ante ellos en el que la niebla se había posado sobre la hierba, envolviéndola con su vapor frío y opaco. Los blancos hechos de saco estaban colocados en un semicírculo, a varios metros de distancia, como si fueran centinelas.
“Has estado practicando”, afirmó Templer.
“Sí, un poco. Tan solo llevo unos días en la ciudad”, dijo Stryngpool con una sonrisa. “Mis padres me dijeron que llegaste hace una semana”.
“Eso es. Mi unidad acampó a unos kilómetros al este y quise visitar mis antiguos lugares favoritos. Han cambiado mucho. No pude reconocer casi nada”. Templer miró hacia abajo, al amplio valle vacío y labrado que se extendía varios kilómetros a la redonda. “Parece que es una buena plantación”.
“Mi familia se ha extendido bastante desde que se fue la tuya. Creo que se discutió sobre si dejar sin derribar tu antigua casa, pero parecía algo un poco sentimental. Especialmente porque debajo había suelo fértil”.
Stryngpool tensó cuidadosamente su arco. Se trataba de una preciosa obra de arte, de oscuro ébano rodeado por filigranas de plata, fabricada a mano para él en Quietud. Vio cómo Templer tensaba el suyo y sintió una punzada de lástima. Era un utensilio desgastado y triste, unido por tiras de tela.
“Si así es como te enseñaron a tensar el arco, necesitáis algunos consejeros de la academia en ese ejército vuestro”, dijo Stryngpool tan amablemente como pudo. “La cuerda sin tensar se supone que tiene que parecer una X dentro de una O. La tuya parece una Z dentro de una Y”.
“A mí me funciona”, dijo Templer. “Te advierto que no puedo quedarme practicando toda la tarde. Debo unirme a mi unidad esta noche”.
Stryngpool empezó a sentirse molesto con su viejo amigo. Si estaba enfadado porque su familia había perdido sus tierras, ¿no podía decirlo sin más? ¿Para qué había vuelto al valle entonces? Observó cómo Templer colocaba su primera flecha apuntando al blanco y tosió. “Lo siento, pero no puedo devolverte al ejército en buena fe sin enseñarte algo nuevo. Existen tres tipos de agarres: de tres dedos, de pulgar e índice, y de pulgar y dos dedos. Después está el agarre con el pulgar, que es el que a mí me gusta, pero mira”, dijo Stryngpool enseñándole la pequeña lengüeta de cuero que estaba sujeta a la cuerda de su arco, “necesitas una cosa de estas o te arrancarás el pulgar”.
“Creo que prefiero mi método estúpido”.
“No seas terco, Templer. No me dieron la cinta dorada al mérito por nada. Demostré cómo disparaba tras un escudo, de pie, sentado, de cuclillas, arrodillado y a caballo. Es una información práctica que te doy como muestra de nuestra amistad, la cual yo al menos no he olvidado por completo. Por la dulce Kynareth, me acuerdo de cuando eras tan solo un pequeño y empalagoso jovenzuelo que deseaba que lo guiaran con honradez”.
Templer miró a Stryngpool un momento y, bajando su arco, le dijo: “Enséñame”. Stryngpool se relajó, librándose de las tensiones que había acumulado. Hizo sus ejercicios, estirando su arco hasta la ceja, el bigote, el pecho y el lóbulo de la oreja.
“Hay tres formas de disparar: tirar de la cuerda y soltarla en un solo movimiento continuo, como hacen los bosmer; arrastrar tirando ligeramente con una pausa antes de lanzar, como hacen los khajiitas; o tirar parcialmente de la cuerda, hacer una pausa y terminar de tirar”, Stryngpool disparó la flecha al centro del blanco con una precisión impecable, “para luego soltar, que es la que yo prefiero”.
“Muy bien”, dijo Templer.
“Ahora tú”, dijo Stryngpool. Ayudó a Templer a elegir la forma de agarre, a colocar la flecha correctamente y a apuntar. La cara de Templer se iluminó con una sonrisa… Era la primera vez en toda la tarde que Stryngpool veía una expresión infantil en aquel rostro marcado por la guerra. Cuando Templer soltó la flecha, esta salió disparada, pasó por encima del blanco y se perdió de vista en dirección al valle.
“No ha estado mal”, dijo Templer.
“No, no ha sido un mal tiro”, dijo Stryngpool volviendo a un tono cordial. “Si practicas, serás capaz de centrar más tu puntería”.
Los dos tiraron varias veces más de práctica antes de separarse. Templer comenzó la larga caminata hacia el este, en dirección al campamento de su unidad, y Stryngpool atravesó los bosques hasta el valle y la mansión familiar. Tarareaba una cancioncilla que había aprendido en la academia mientras pasaba por el gran jardín y se acercaba a la puerta principal, orgulloso de haber ayudado a su amigo. Se le pasó completamente por alto que el gran ventanal estaba roto. Sin embargo, nada más entrar en el gran salón, vio que el tiro errado de Templer había acertado justo en su cinta dorada al mérito.
habían cambiado muy poco, si es que lo habían hecho. Stryngpool tenía ahora un bonito bigote rubio, estirado y dado forma con cera, y Templer parecía ser una criatura totalmente distinta al joven que buscaba aventuras en la antigua arboleda. Era mucho más callado, como si además de las del exterior, también tuviera cicatrices internas.
Cada uno llevaba un arco y un carcaj con sumo cuidado mientras caminaban entre los conjuntos de enredaderas y ramas.
“Esta es la senda que llevaba a tu casa, ¿no, amigo?”, preguntó Stryngpool.
Templer echó un vistazo a la maleza y asintió antes de continuar. “Ya decía yo”, dijo Stryngpool riéndose. “Lo recuerdo porque solías recorrer este camino cada vez que te sangraba la nariz. Sé que no te sentirás ofendido si te digo que es increíble que hayas acabado siendo soldado”. “¿Cómo está tu familia?”, preguntó Templer.
“Igual. Puede que un poco más presuntuosa, si es que eso es posible. Obviamente querían que volviera de la academia, pero esto no es para mí. Al menos no hasta que reciba mi herencia. ¿Has visto que tengo una cinta dorada al mérito en tiro con arco?” “¿Cómo no iba a verla?”, dijo Templer.
“Oh, sí, casi se me olvida que mi familia la puso en el gran salón, muy ostentosamente. Supongo que se ve a través de la ventana. Es estúpido, pero espero que los campesinos se hayan quedado impresionados”.
Se abrió un claro ante ellos en el que la niebla se había posado sobre la hierba, envolviéndola con su vapor frío y opaco. Los blancos hechos de saco estaban colocados en un semicírculo, a varios metros de distancia, como si fueran centinelas.
“Has estado practicando”, afirmó Templer.
“Sí, un poco. Tan solo llevo unos días en la ciudad”, dijo Stryngpool con una sonrisa. “Mis padres me dijeron que llegaste hace una semana”.
“Eso es. Mi unidad acampó a unos kilómetros al este y quise visitar mis antiguos lugares favoritos. Han cambiado mucho. No pude reconocer casi nada”. Templer miró hacia abajo, al amplio valle vacío y labrado que se extendía varios kilómetros a la redonda. “Parece que es una buena plantación”.
“Mi familia se ha extendido bastante desde que se fue la tuya. Creo que se discutió sobre si dejar sin derribar tu antigua casa, pero parecía algo un poco sentimental. Especialmente porque debajo había suelo fértil”.
Stryngpool tensó cuidadosamente su arco. Se trataba de una preciosa obra de arte, de oscuro ébano rodeado por filigranas de plata, fabricada a mano para él en Quietud. Vio cómo Templer tensaba el suyo y sintió una punzada de lástima. Era un utensilio desgastado y triste, unido por tiras de tela.
“Si así es como te enseñaron a tensar el arco, necesitáis algunos consejeros de la academia en ese ejército vuestro”, dijo Stryngpool tan amablemente como pudo. “La cuerda sin tensar se supone que tiene que parecer una X dentro de una O. La tuya parece una Z dentro de una Y”.
“A mí me funciona”, dijo Templer. “Te advierto que no puedo quedarme practicando toda la tarde. Debo unirme a mi unidad esta noche”.
Stryngpool empezó a sentirse molesto con su viejo amigo. Si estaba enfadado porque su familia había perdido sus tierras, ¿no podía decirlo sin más? ¿Para qué había vuelto al valle entonces? Observó cómo Templer colocaba su primera flecha apuntando al blanco y tosió. “Lo siento, pero no puedo devolverte al ejército en buena fe sin enseñarte algo nuevo. Existen tres tipos de agarres: de tres dedos, de pulgar e índice, y de pulgar y dos dedos. Después está el agarre con el pulgar, que es el que a mí me gusta, pero mira”, dijo Stryngpool enseñándole la pequeña lengüeta de cuero que estaba sujeta a la cuerda de su arco, “necesitas una cosa de estas o te arrancarás el pulgar”.
“Creo que prefiero mi método estúpido”.
“No seas terco, Templer. No me dieron la cinta dorada al mérito por nada. Demostré cómo disparaba tras un escudo, de pie, sentado, de cuclillas, arrodillado y a caballo. Es una información práctica que te doy como muestra de nuestra amistad, la cual yo al menos no he olvidado por completo. Por la dulce Kynareth, me acuerdo de cuando eras tan solo un pequeño y empalagoso jovenzuelo que deseaba que lo guiaran con honradez”.
Templer miró a Stryngpool un momento y, bajando su arco, le dijo: “Enséñame”. Stryngpool se relajó, librándose de las tensiones que había acumulado. Hizo sus ejercicios, estirando su arco hasta la ceja, el bigote, el pecho y el lóbulo de la oreja.
“Hay tres formas de disparar: tirar de la cuerda y soltarla en un solo movimiento continuo, como hacen los bosmer; arrastrar tirando ligeramente con una pausa antes de lanzar, como hacen los khajiitas; o tirar parcialmente de la cuerda, hacer una pausa y terminar de tirar”, Stryngpool disparó la flecha al centro del blanco con una precisión impecable, “para luego soltar, que es la que yo prefiero”.
“Muy bien”, dijo Templer.
“Ahora tú”, dijo Stryngpool. Ayudó a Templer a elegir la forma de agarre, a colocar la flecha correctamente y a apuntar. La cara de Templer se iluminó con una sonrisa… Era la primera vez en toda la tarde que Stryngpool veía una expresión infantil en aquel rostro marcado por la guerra. Cuando Templer soltó la flecha, esta salió disparada, pasó por encima del blanco y se perdió de vista en dirección al valle.
“No ha estado mal”, dijo Templer.
“No, no ha sido un mal tiro”, dijo Stryngpool volviendo a un tono cordial. “Si practicas, serás capaz de centrar más tu puntería”.
Los dos tiraron varias veces más de práctica antes de separarse. Templer comenzó la larga caminata hacia el este, en dirección al campamento de su unidad, y Stryngpool atravesó los bosques hasta el valle y la mansión familiar. Tarareaba una cancioncilla que había aprendido en la academia mientras pasaba por el gran jardín y se acercaba a la puerta principal, orgulloso de haber ayudado a su amigo. Se le pasó completamente por alto que el gran ventanal estaba roto. Sin embargo, nada más entrar en el gran salón, vio que el tiro errado de Templer había acertado justo en su cinta dorada al mérito.
Cuento perteneciente a The Elder Scroll V: Skyrim.
No hay comentarios:
Publicar un comentario